miércoles, 6 de agosto de 2008

Adiós

Me miró con sus ojos quebrados y sus pupilas infinitas cayeron en mis oídos como si fueran plomo. Su pesada mirada se hacía insostenible mientras apretaba con mis dedos aquella billetera de cuero negro.
Sin decir una palabra, me rasgó con sus cortas pestañas y sus pobladas cejas, que enmarcaban a la severidad personificada en la que se había convertido.
Mis dientes apretaban con ahínco mi labio inferior, esforzándome por contener el tintineo de mi barbilla.
Mis grandes ojos negros chocaron con sus grisáceos espejos y de mí se escapó un gimoteo, como el de una cría de gato.
No pude contener una lágrima, la cual hizo tensar todas mis facciones, para demostrar firmeza pese al acto humilde del que nunca podía escapar.
Su rostro me miró ahora con sincera ternura y decepción, una desconsoladora mezcla que convierte a la memoria en una gran culpa.
Mis manos temblaban y mis dedos inconscientemente fueron perdiendo sus fuerzas y dejaron caer el objeto que sostenían antes con tanto orgullo y resistencia.

No hay comentarios: